Realidad y medios de comunicación: La existencia frente a la fábrica de sentidos

¿Qué es la realidad? No es un pregunta retórica. Se trata de una cuestión que durante milenios ha cautivado al ser humano. ¿El mundo es tal y como se nos presenta a los sentidos o es tal y como nosotros lo percibimos subjetivamente? Más todavía: ¿Existe algo a lo que podamos llamar mundo más allá de nosotros mismos?

En lo que a nosotros respecta, el problema no sólo es insoluble sino que su resolución también nos resulta indiferente desde el punto de vista práctico, pues el mundo es siempre nuestro mundo y la realidad es, en todo caso, nuestra realidad en tanto que estado psíquico inducido por fenómenos externos. Precisamente por ello, los seres humanos estamos predispuestos a ser víctimas de toda clase de engaños y autoengaños, manipulaciones, adicciones, malversaciones y contradicciones. Así, frente a la evidencia autoimpositiva de la subjetividad parece importar bien poco la certeza de lo real y ello motiva que el gesto simbólico de tomar la píldora roja, o tomar la píldora azul, carezca en el fondo de importancia. El viejo problema cartesiano es absurdo en sus propios términos… Hay quien defiende que la mera existencia de la conciencia no es más que un error de la naturaleza: la biología ha construido un engendro imposible -por condenado al conflicto- que cuanto más piensa sobre el mundo en el que vive menos comprende la esencia de la vida al tratar de suplantarla por su «sentido» y, por lo tanto, más estupefacto se muestra ante ella. Por eso el ser humano es el único animal que degenera en el extrañamiento existencialista del absurdo.

La realidad es antes imagen de sí, constructo de sí, interpretación de sí, que mero hecho. Y esto tiene consecuencias. La principal de ellas reside, simplemente, en que puede construirse y deconstruirse de manera externa tantas veces como sea necesario. En efecto: a estas alturas parece una obviedad sostener que los medios de comunicación de masas (MCM) participan activamente en esa constante reformulación fenoménica de la realidad y que, por lo tanto, determinan en gran medida lo que es real frente a lo que no. De hecho, buena parte de sus directivos, informadores y programadores, de suerte implícita, se han sumado a la tesis del fin de la historia y las ideologías difundida en su día por Fukuyama para ubicarse dentro de los extremos razonablemente aceptados por el sistema, es decir, en los cauces de lo que se considera políticamente correcto. La verdad, el hecho tal cual sucede que se nos escamotea por la interferencia de la subjetividad, se ha convertido en algo carente de importancia y, si se quiere, es completamente irrelevante. Precisamente por ello, los MCM establecen qué temas son los importantes, cómo van a ser tratados y, sobre todo, en qué medida ese tratamiento se corresponderá –o no- con los intereses de los afectados. Esto es lo que convierte a los medios en una parcela más del poder que ha venido a sustituir a los viejos poderes fácticos superándolos no sólo en peso específico, sino también en eficacia.

Por extensión de lo precedente, se puede decir que los MCM han logrado desplazar a los medios de control del pasado en la medida que, tal y como predijeron en su día los visionarios más reaccionarios, como Schumpeter, se ha concluido que resulta más barato y eficaz convencer al ciudadano de algo que emplearse en dudosa y no siempre efectiva tarea de reprimirle cuando no está de acuerdo. Esta nueva comprensión del fenómeno comunicativo ha motivado que, hoy en día, incluso la actividad de los políticos se haya convertido antes que otra cosa en una cuestión de imagen pública, esto es, de la imagen del líder político en tanto que reflejada y difundida por los medios.

La información, por consiguiente, se ha transustanciado en una mercancía más de cuantas se venden y compran de acuerdo a la lógica del sistema de producción vigente. Más todavía: en tanto que productores de un bien de consumo destinado a la generación de estados de opinión, los MCM han ido más lejos al subvertir el orden habitual de los poderes obteniendo un claro ascendente sobre entidades bancarias y grupos empresariales. Ya no es la prensa, la radio o la televisión la que acude a los dueños del dinero en busca de fondos sino que, al contrario, son estos últimos quienes recurren a los medios. Invierten en ellos, los cuidan y alimentan precisamente porque se ha asumido el hecho de que el mercado de la información contribuye más y mejor al sostenimiento del orden establecido que el uso de la fuerza en cualquiera de sus formas. La compra-venta de la crisis griega, sin ir más lejos, muestra con preclara rotundidad cómo funciona el asunto. Y entiéndase bien: no estamos postulando la idea de que exista una conspiración internacional en la sombra destinada a generar tal o cual estado de opinión con respecto a un problema dado -lo cual sería imposible dada la ingente cantidad de intereses contrapuestos en liza-, o que los trabajadores de los medios «se vendan» acríticamente a ciertos intereses, sino que, antes bien, los cauces de retroalimentación que se establecen entre los medios como entidad y sus sostenedores, como empresa, procuran el efecto perverso de construir visiones parciales de los hechos destinadas a satisfacer ciertas demandas específicas y coyunturales.

El producto más apreciado –aunque no el único- del mercado de la comunicación son las audiencias. Todo MCM se justifica a sí mismo a través de un porcentaje de la audiencia pues es esto lo que está en disposición de ofrecer a sus anunciantes sean quienes fueren. De hecho, ningún medio sobrevive de sí mismo. Las cifras en este sentido son rotundas, puesto que la simple venta de periódicos apenas llega a sufragar los gastos del papel en el que están impresos y su posterior distribución. La lucha por las audiencias es feroz e implacable, y ello explica que al menos tres cuartas partes de la publicidad disponible en el mercado termine tan sólo en unas diez empresas de la comunicación, justamente las que copan el grueso de las audiencias.

Medios-de-comunicación

Como es de suponer, esta búsqueda incesante del beneficio ha dado pie al establecimiento de un novedoso sistema de noticias en el que buena parte de la supuesta información ya es poco más que otro anuncio de… Anuncio de actividades políticas, anuncio de actividades económicas y empresariales, anuncio de eventos científicos y culturales, e incluso anuncio de acciones institucionales. Este método generador de información resulta mágico en la medida que transforma en mercancía todos y cada uno de los contenidos del medio absorbiendo, incluso, los posicionamientos más rebeldes y antisistema puesto que también tienen sus compradores potenciales entre el público. En otros términos: el lenguaje periodístico ha quedado transformado en lenguaje publicitario, con lo que el receptor del mensaje ya no encuentra diferencias entre uno y otro de suerte que pueden ser alternados indistintamente.

Así, de acuerdo a la lógica del mercado, toda información tiene un precio que no es ya el de su valor informativo -los viejos periodistas de raza dedicados a la caza de la noticia son especie en extinción-, sino el de su demanda. Si una información puede generar beneficios –bien publicitarios, bien en el ámbito de la audiencia-, entonces es buena información en la misma medida que potencialmente interesante para los espectadores. Se establece de tal modo un peculiar sistema de retroalimentación medios-público en el que los conceptos de verdad y falsedad, o el valor de los hechos como tales, quedan relativizados por completo ante las necesidades del mercado. La contrapartida de esta dinámica reside en sus nefastas consecuencias profesionales pues el periodismo tiende a perder su valor crítico. Deja de ser contrapoder para convertirse en otro poder más. Sólo de este modo pueden explicarse fenómenos como el del magnate de la comunicación italiano Silvio Berlusconi, quien llegó a convertirse en presidente de la República Italiana siendo, en sus orígenes, un candidato prácticamente desconocido cuyo único mérito público era el poseer varios canales de televisión destinados a su engrandecimiento personal. Pero, a la vez, sólo a través del valor de los MCM en tanto que productores de mercancías informativas puede ser comprendido el poder de personajes como el propio Berlusconi. Piénsese que los líderes mediáticos, contrariamente a lo que sucede con los gobernantes, no están sometidos a control democrático alguno. Sólo son juzgados por los accionistas del medio cuando se presentan las cuentas de resultados.

En efecto, el público no posee control de ninguna especie sobre los medios de comunicación, su funcionamiento o la información que difunden, y todo intento gubernativo en esta dirección es más simbólico que real siendo contrarrestado con suma eficacia. De tal modo, la ética y la moral periodísticas quedan en entredicho puesto que se abre la puerta a toda suerte de estrategias de control y manipulación de las audiencias sin que estas puedan hacer otra cosa que soportar el aluvión. Los partidos políticos, por ejemplo, hace tiempo que han asumido que la propaganda electoral y las grandes campañas son completamente inútiles en la medida que sólo sirven para mover un mínimo porcentaje de los votos y las opiniones. De hecho, estas campañas se realizan con la única finalidad de mantener cohesionada y ocupada a la militancia, pues el trabajo relevante es justamente el que se realiza en los MCM… En España permanecen activos hoy en día más de 2300 partidos y agrupaciones políticas –los números fluctúan anualmente tanto al alza como a la baja- de ámbito local, regional y nacional, pero la inmensa mayoría de ellos, por más pegas de carteles que realicen, no tiene opción real alguna de alcanzar al ciudadano precisamente porque no aparecen jamás en los medios y, por lo tanto, no existen para las audiencias.

La manipulación y el control sistemático de la realidad por parte de los MCM es, sencillamente, un delito legal asumido, comprendido y aceptado por todos. Un delito global y denunciado en múltiples ocasiones al que sin embargo nadie persigue. Un crimen consistente en destruir la realidad a través de su alteración en forma de noticias que operan como una suerte de psicofármaco en el receptor, y que evacuan por completo los hechos reales. Así, estas píldoras se convierten en el mundo en que vivimos y, con ello, la realidad se transforma en la ilusión informativa que se difunde en los MCM. Una realidad alternativa, elaborada y falsaria, levantada sobre las ruinas de la auténtica (sea cual fuere).

En efecto, y recordando un viejo argumento de Jean-Françoise Revel, estamos muy informados… ¿Pero de qué?

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