Nunca seas noticia


Uno de los más viejos y conocidos axiomas del periodismo –hoy olvidado por esa nueva casta de la profesión a la que se ha dado en llamar, genéricamente, como “los comunicadores”- reza que bajo ningún concepto el periodista debe convertirse en el protagonista de la noticias que difunde. Fundamentalmente porque el profesional de la información ha de ser transmisor e intermediario de la noticia –a ser posible imparcial-, pero también ha de estar seguro de ser un mero testigo que sobrevive en todos los sentidos a lo que cuenta… para poder seguir contándolo. Seguramente, Jill Dando, copresentadora  finales de la década de 1990 de Crimewatch, famoso programa de sucesos de la BBC que aún se emite en la cadena pública británica, tenía muy claro el axioma en cuestión…

Lamentablemente, no siempre es posible cumplir con las reglas de un oficio por muy claras que estén.


Vida de una estrella

Jill Dando, nacida en Weston-super-Mare, Somerset, en 1961, se definió a sí misma como una adolescente feucha, de dientes prominentes, gafas gruesas y vestuario anticuado. Aquejada además de una enfermedad coronaria congénita de la que hubo de ser operada a los cuatro años, la chica era un verdadero poema. Probablemente, su único mérito real residiera en que era muy lista. Tanto que superaba los cursos escolares, uno tras otro, con la máxima calificación. Desde muy niña, probablemente a causa del ambiente que se vivía en el hogar, quiso ser periodista como su padre y su hermano mayor, estudios que acabaría cursando en Cardiff. Sus otras grandes aficiones eran el teatro y la interpretación, en cuya práctica acabó desarrollando cualidades como una entonación y una dicción excepcionales. No es raro, pues, que desde 1979 Jill ya anduviera metida en el mundillo de las emisoras de radio y los periódicos locales, haciendo pinitos, aunque su primer trabajo serio lo obtendría en un semanario, el Weston Mercury, en el que ya habían trabajado con anterioridad sus familiares.

Jill Dando
Jill Dando en sus días de gloria.

Tiempo después sería contratada como locutora de informativos por la BBC, trabajando en Radio Devon a partir de 1985. Y a partir de ahí todo fue muy rápido. El patito feo se había transformado en una mujer atractiva, inteligente, profesional y eficaz que no dejaba a nadie indiferente en ningún sentido. Tanto es así que en apenas dos años ya presentaba los boletines de noticias televisivos de la mañana en BBC1 y BBC2. Todo un éxito al punto de que había espectadores que sintonizaban la emisora solo a las horas en que Jill Dando daba las noticias… ¿Su mérito? Los compañeros –que siempre la adoraron- lo tenían muy claro: era natural y sincera, nada egocéntrica, el éxito no se le había subido a la cabeza y encima sabía transmitir todas esas cualidades al público. Además era agradable a la vista, resultaba atractiva y gozaba de un buen tono de voz, lo cual hacían de Jill una de esas personas que enamoran al objetivo de la cámara y que, como suele decirse en estos casos, “dan bien” en la pantalla.

De tal modo, tras presentar durante seis años diferentes programas matutinos con mediano éxito –destacando de manera especial su concurso en un espacio dedicado al turismo y los viajes en el que ganó gran popularidad-, los directivos de BBC decidieron que había llegado el momento de elevarla al estrellato. Sería por ello elegida para presentar el célebre programa de sucesos Crimewatch, ubicado en la franja de máxima audiencia y que empezó a copresentar junto a otro clásico de la televisión británica, Nick Ross, a partir de 1995. Todo un bombazo. Fundamentalmente porque a Jill no le agradaba –nunca le gustó- la información de sucesos: las historias que se veía obligada a transmitir la conmovían; se emocionaba con los invitados; se aterraba sinceramente con los relatos que se veía obligada a contar… Y en consecuencia ofrecía una visión humana, sencilla, trágica y sentimental, de aquellas terribles historias que calaba muy hondo en la audiencia… Se dice, incluso, que la propia reina Isabel terminó por convertirse en una espectadora asidua de Crimewatch gracias al concurso de Jill.

El patito feo se había transmutado en una estrella imparable.

Jill Dando - Crimewatch
Jill Dando, Nick Ross (a su izquierda) y parte del equipo de Crimewatch.

Los ricos también lloran

Pero el estrellato y el triunfo, como todas las cosas de la vida, tienen un lado oscuro. Su mugre y sus piojos. Suele ocurrir que las personas que alcanzan la fama estén también expuestas a las manías, filias, fobias y locuras anónimas de quienes las observan ávidos desde el otro lado de la popularidad. Es cierto que el famoso nada debe al admirador, ni tiene obligaciones de clase alguna contraídas con el público más allá del buen ejercicio profesional, pues quien alcanza el éxito solo cosecha los frutos de su propia siembra, pero algunos “admiradores” –quizá desde las gafas de la envidia- no lo ven de ese modo: entienden que el famoso les debe su fama y que el exitoso no lo sería de no contar con su colaboración. Otros, no menos idiotas, sencillamente se convencen de que tienen “derecho” a odiar a una celebridad por la peregrina razón de que no defienda o sostenga las causas que son de su agrado. En ambos casos nos encontramos ante el reverso tenebroso –estúpido, acrítico, fanático y tal vez demente- del fan.

El hecho es que el equipo del programa Crimewatch recibía a menudo anónimos de personas despechadas, amenazas de gente que se sentía perjudicada por el modo en que el programa la trataba, advertencias de organizaciones criminales que exigían que los equipos de investigación dejaran de meter las narices en sus asuntos, críticas disparatadas de seguidores defraudados… Y, de manera muy especial, tanto Nick Ross como Jill Dando, las caras visibles del programa, solían ser objetivo constante de toda suerte de anónimos, correos electrónicos y llamadas amenazantes.

JILL DANDO WITH FIANCE ALAN FARTHING - march 1999.
Jill Dando y Alan Farthing anunciando su compromiso en la prensa rosa durante el mes de marzo de 1999. ¿Pudo esta foto ser el detonante de su muerte? (Tony Ward/ScopeFeatures.com).

En el caso de Jill la cosa había empeorado dramáticamente a partir de finales de 1998, con los  37 años cumplidos, cuando se convirtiera en noticia por sí misma –error- al anunciar en algunas revistas del corazón su enlace matrimonial con su novio, Alan Farthing, famoso ginecólogo de muchas celebridades de la jet set. A partir de aquel momento el asunto de los mensajes molestos y las llamadas intempestivas se recrudeció al punto de que alguien incluso se atrevió a meter una nota por debajo de la puerta de su domicilio. Jill estaba algo sobrepasada, pero la policía no consideró que corriera un peligro real. La acción de estas personas desequilibradas que persiguen a las estrellas es un fenómeno bastante común que no suele pasar de las palabras y que casi siempre acaba en nada. De hecho, el propio Nick Ross manifestó a las Autoridades que, pese a la constante presión que los componentes de Crimewatch solían recibir, ninguno de ellos había llegado a sentir jamás que su vida estuviera realmente en juego.

Sea como fuere, Jill prácticamente vivía a caballo entre su casa del selecto barrio londinense de Fulham y la de Farthing en Chiswick. Tanto es así que la vivienda estaba en manos de una inmobiliaria, que la tenía prácticamente vendida, de suerte que solía aparecer poco por allí y a horas muy concretas. De tal guisa, el 26 de abril de 1999 se produciría la última y mortal visita de la periodista al que iba a dejar de ser su hogar.

Dando regresó a la casa de Fulham en su propio coche, llegando hacia las 11:30 horas. Cuando estaba abriendo la puerta de la calle un desconocido se aproximó a ella por detrás y le descerrajó un único tiro en la cabeza, a cañón tocante, con un arma de 9 milímetros. Se sospecha que debía ir equipada alguna clase de dispositivo silenciador, pues nadie oyó disparo alguno y el cuerpo de Jill, desangrándose en la puerta del 29 de Gowan Avenue, sería descubierto por su vecina, Helen Doble, alrededor de 15 minutos después de la agresión. La policía fue avisada exactamente a las 11:47 y los servicios de emergencias trataron de reanimar y estabilizar a Jill durante un buen rato. Sin embargo, la famosa presentadora de la BBC, para conmoción mayúscula del público, fue declarada muerta a su llegada al cercano hospital de Charing Cross, a las 13:03 horas.

29 Gowan Avenue Fulham May 1999 Home of Murder Victim Jill Dando
Puerta de la casa de Jill Dando en Fulham.

La cosa tenía su morbo: no todos los días la más célebre estrella televisiva de uno de los programas de sucesos más seguidos de un país del Primer Mundo se convierte en protagonista de sus propios contenidos. Baste un dato: incluso la Casa Real Británica, ante el impacto popular del crimen, emitió una nota de pésame y repulsa.

Diferentes teorías

Jill Dando Murderer - Police Sketch
Retrato Robot del posible asesino de Jill Dando elaborado por Scotland Yard y difundido masivamente por los medios de comunicación.

Solo siete personas reconocieron, tal vez, haber visto al hombre que pudo disparar a Jill Dando por la espalda, y la descripción fue unánime: se trataba de un tipo caucásico de entre 30 y 40 años, corpulento, pelo negro, bien vestido, sin guantes, con gafas de sol y gabardina, que abandonó el lugar de los hechos a la hora del crimen, a pie, sin correr, pero caminando a paso rápido en dirección al Támesis a la par que hablaba nervioso por teléfono. Se le perdió la pista junto a una parada de autobús. No era mucho, pero los testimonios recabados por los detectives de Scotland Yard dieron el suficiente juego como para elaborar un retrato-robot.

El detective Hamish Campbell, enfrentado a los medios de comunicación, no tardó en indicar que no se excluía ningún motivo –incluidos el pasional a pesar de que Farthing estaba fuera de toda sospecha o la revancha de alguien “maltratado” por Crimewatch-, pero eran cuatro, básicamente, las principales hipótesis que se manejaban: crimen por encargo[1], venganza de un radical serbio, acción de un componente de la extrema derecha o ataque de un admirador despechado. Había buenos motivos para sostenerlas todas, pues Jill era una persona implicada y comprometida con diversas causas humanitarias, progresistas y anti-xenófobas -incluido un apoyo explícito al pueblo albano-kosovar[2]– que no dudada en expresar sus opiniones abiertamente y a la mínima ocasión. Sin embargo, para Campbell y su equipo, la hipótesis favorita nunca dejó de ser la del admirador desairado dadas ciertas características de la mecánica del crimen que hicieron a los psicólogos criminales dudar de las otras opciones. Especialmente el hecho de que, a decir de algunos testigos, el hombre del retrato-robot rondara la casa de Jill durante más de una hora antes de poder matarla, y que no encaja con la conducta subrepticia y calculada que caracteriza a un criminal profesional.

Jill Dando - MirrorLa cosa vino a complicarse unos quince días después de la muerte de Jill Dando cuando el caso parecía estancarse y un empresario anónimo, convencido de que alguien más debía saber algo, ofreció una recompensa de 50.000 libras –unos 72.000 euros- a cualquier persona que diera a las Autoridades una pista que condujera a la detención del asesino. Cantidad que se sumaba a las 100.000 libras -144.000 euros- previamente ofertados por el rotativo Daily Mail con idéntico fin. La presión se hizo muy grande sobre Scotland Yard, especialmente cuando estaba ante un caso que no podía permitirse dejar sin resolver, pero las ofertas motivaron a nuevos testigos que, simplemente, vinieron a corroborar con mayor detalle todo cuanto se sabía.

Y la cosa se fue enfriando.

Jill Dando - Daily Mail

Un año después

Se produjeron varias detenciones que no fructificaron, pues los sospechosos no encajaban con la información disponible, y ello indujo un estado de decepción generalizado entre los familiares de Jill, sus amigos, la BBC –que nunca dejó de realizar llamamientos para ayudar al esclarecimiento del asesinato- e incluso la opinión pública.

Todo cambiaría a finales de mayo del año 2000 cuando por fin se detuvo a alguien que parecía encajar a la perfección en el caso. El tipo en cuestión, cuyo nombre e imagen Scotland Yard mantuvo en secreto por orden judicial –el juez encargado del caso era William Gage- durante varios días a fin de no contaminar las posibles ruedas de identificación, era Barry Michael George, un músico en paro de 40 años. Cuando fuera detenido, Barry respondía al apellido de Bulsara –el auténtico de Freddie Mercury, el célebre componente de la legendaria banda Queen, por quien sentía una enorme admiración-, y ya venía siendo investigado por el equipo de Hamish Campbell desde el año anterior.

Barry Michael George
Barry Michael George (Bulsara) en los días que fuera detenido.

George, que a veces tocaba en algunos pubs, era un sujeto peculiar que había sido militar, estuvo casado con una japonesa, cobraba una pensión por enfermedad, había tenido problemas con la justicia por diversos delitos sexuales de poca monta y solía realizar a veces comentarios extravagantes –alguno de ellos sospechosamente relacionado con el caso de Jill Dando-, pero desde hacía tiempo llevaba una vida discreta en un barrio tranquilo, por lo que su detención, efectuada tras el pertinente seguimiento, generó gran conmoción entre sus vecinos y allegados… Pero había algo que no encajaba del todo, por lo que muchos investigadores, en privado, agitaban negativamente la cabeza y se resistían a aceptar que el caso estuviera en verdad cerrado… Ciertamente, George encajaba en algunos elementos del caso e incluso guardaba cierto parecido con el retrato-robot que ya se había hecho famoso en toda Gran Bretaña, pero otras cuestiones seguían en el aire y no había forma de cuadrarlas. Especialmente por el hecho de que el propio sospechoso nunca dejó de proclamar su inocencia a los cuatro vientos y jamás se derrumbó durante los interrogatorios.

Durante los exhaustivos registros realizados en su casa se descubrió que George era un mirón que tenía la pésima costumbre de perseguir a las chicas, merodear, fisgar, hacerles fotos que luego coleccionaba… Y que, examinado el montón de material recolectado en su vivienda, parecía tener una obsesión importante con la finada Jill Dando. Pese a sus proclamas de inocencia, para Scotland Yard y para la justicia, pese a las pruebas circunstanciales reunidas en su contra, era el hombre. De hecho, el punto fuerte del caso contra Barry George se articuló sobre una dudosa prueba forense: una partícula microscópica de pólvora encontrada en uno de sus abrigos… Tan pequeña que tanto podía proceder de un arma disparada por el propio acusado –que nunca se encontró ni se supo que jamás tuviera alguna- como de la chispa de un encendedor o de cualquier otra persona con la que se hubiera rozado por la calle… Una información que solo se supo a posteriori pues, por si fuera poco, el ministerio fiscal la ocultó durante el juicio para favorecer su instrucción. Resumiendo: la única “evidencia” forense por la que Barry George fue condenado a cadena perpetua en 2001 no evidenciaba absolutamente nada.

La consecuencia de todo ello fue que George se tiró siete años en la cárcel antes de que el Estado, en la figura del Lord Chief of Justice, atendiera la tercera alegación de su abogado y se decidiera a repetir el juicio en noviembre de 2007. Resultó finalmente exonerado en agosto de 2008, de modo que el asesinato de Jill Dando, la admirada estrella tiroteada en el clímax del brillo[3], que ha dado ya para varios libros y alimentado teorías de la conspiración de toda índole y color, permanece irresuelto.

Eso sí, fue noticia. Y de las gordas.

Barry George - Soy Inocente
George, tras su liberación, proclama su inocencia a la puerta del Old Bailey.

[1] El Reino Unido vivió durante la década de 1990 un recrudecimiento inusitado de los crímenes por encargo que preocupaba sobremanera a las Autoridades. Scotland Yard llegó a identificar al menos a veinte criminales de este tipo solo en el área de Londres, así como en el sureste del país. Este tipo de criminales solía operar con armas cortas, del estilo de la empleada en el caso Dando, y manejaba tarifas que, por aquellos días, oscilaban los 1500 euros.

[2] Recuérdese que en este momento se encontraba activo el conflicto de Los Balcanes, en el que el Reino Unido, así como otros componentes de la OTAN, se encontraba comprometido de manera muy especial contra la causa serbia. De hecho, en los días en que Jill Dando fue asesinada, había hecho un ferviente llamamiento en pantalla para que se socorriera a los refugiados kosovares que vino a coincidir con el bombardeo de la televisión serbia por parte de la OTAN. Dado que la BBC, en la figura de varios de sus directivos, se vio asediada en los días sucesivos por varias amenazas de supuestos terroristas serbios, Scotland Yard hubo de valorar muy seriamente una posible conexión con el asesinato de Jill.

[3] El recuerdo de Jill Dando, lejos de desvanecerse, continua muy vivo en el Reino Unido, lo cual ha motivado que la investigación de su muerte siga viva y que los llamamientos para la resolución del caso nunca hayan cesado. Prueba de ello es el legado que ha dejado tras de sí. Nick Ross y Alan Farthing realizaron una cuestación pública para crear un Instituto de Investigación Criminal con el nombre de la periodista. Lograron, para tal fin, reunir millón y medio de libras de suerte que se abrió en la Universidad de Londres en abril de 2001. Existe un jardín que también lleva su nombre en su ciudad natal y que fue costeado enteramente por la BBC que, además, creó y actualmente sigue concediendo una beca para financiar los estudios de periodismo a jóvenes promesas a la que puso el nombre de Jill. Incluso el centro académico en el que Dando estudio periodismo, el Weston College, abrió en 2007 un pabellón al que también dio el nombre de la que ha sido una de sus estudiantes más ilustres.

Deja un comentario