El asesino del Zodiaco


Desde los días de Jack el Destripador, ningún criminal había sido tan atrevido. Con el agravante de que los años setenta del siglo XX no se parecen ni de lejos a los años ochenta del XIX y, por consiguiente, la investigación forense y criminológica había avanzado en progresión geométrica. A pesar de ello, el célebre Asesino del Zodiaco fue capaz de mantener en jaque a la policía de San Francisco y varios condados adyacentes durante diez años, jugar al gato y al ratón, echar un pulso a los más de doscientos agentes y especialistas que le siguieron los pasos… Y salir de rositas.


Zodiac Retrato Robot
Uno de los archiconocidos retratos-robot de Zodiaco.

Todo comenzaría en diciembre de 1968 con el asesinato de una pareja –David Arthur Faraday y Betty Lou Jensen- en la carretera del lago Herman, a las afueras de la ciudad de Benicia (California). Un crimen aparentemente absurdo cometido sobre las 22:15 horas en un lugar oscuro, apartado y solitario, de esos en los que estacionan las parejas jóvenes para darse consuelo. Sin testigos, sin pistas convincentes, sin sospechosos,  hay poco por lo que empezar salvo los hechos en sí mismos: El asesino disparó un solo tiro a la cabeza del joven Faraday, sentado al volante, y cinco más contra la espalda de la chica, que había intentado escapar sin éxito. Era sorprendente. Cinco blancos perfectos sobre sobre un objetivo en movimiento, bajo la oscuridad de la luna nueva. Estaba claro que el tirador sabía manejar las armas de fuego con pericia profesional. Hecho corroborado, tal vez, porque en la escena del crimen se encontraran huellas de una conocida marca de botas militares… Pero la investigación del caso no avanzaría en meses y el caso se convirtió en otro crimen sin resolver. En realidad, quién iba a imaginarlo, la truculenta y retorcida historia del Asesino del Zodiaco no había hecho más que empezar.

En la medianoche del 4 de julio de 1969 iba a producirse otra agresión muy similar en el aparcamiento del campo de golf Blue Rock Springs, en el condado de Vallejo, a escasos kilómetros del primer escenario. Los objetivos, también en el interior de un coche, fueron Darlene Ferrin y el agente de policía Michael Mageau. Zodiaco, quienquiera que fuese, estacionó junto a ellos. Acto seguido se marchó, pero regresó apenas diez minutos después y colocó su vehículo tras el de la pareja a fin de evitar que escapasen. Acto seguido se bajó del vehículo y, a través de la ventanilla del copiloto, abrió fuego sobre los ocupantes del coche con un arma del calibre 9 mm a la que había adosado una linterna con cinta adhesiva, datos conocidos todos ellos porque Mageau sobrevivió al asalto pese a recibir varios impactos de bala. La chica falleció camino del hospital. El agresor tampoco dejó pistas dignas de consideración, pero el testimonio del superviviente permitió a la policía establecer un primer retrato robot.

Sin embargo, parecía existir la posibilidad de que Darlene Ferrin tal vez conociera a su asesino lo cual nunca ha podido probarse y no es más que una especulación carente de fundamento material. Sobre todo si tenemos en cuenta que la chica, pese a estar casada, solía tener aventuras regulares con otros hombres y que su pasado tenía puntos oscuros en relación a ciertas actividades sectarias que no han quedado bien aclarados. Un pasado brumoso que, en definitiva, solo complicó la investigación policial.

Sea como fuere, algo iba a cambiar esta vez. Tras cometer el crimen el asesino se dirigió a una cabina telefónica cercana a la oficina del sheriff de Vallejo e hizo una llamada a la policía denunciando los hechos, declarándose responsable de los mismos y asumiendo, de paso, la autoría del asesinato de la primera pareja cometido meses atrás. Eran las 12:40 horas de la noche. La llamada fue rastreada y se localizó la cabina, pero no al emisor. Con el paso de los años corrió el rumor de que quizá existiera una grabación de esta llamada que permitiría identificar la voz del Asesino del Zodiaco, pero lo cierto y verdad es que la cinta que registraba todas las operaciones de la centralita de la comisaría durante aquella noche en concreto nunca fue encontrada. Quizá fuera un bulo o, simplemente, sucedió que nadie contó con que fuese importante y se recicló.

El día 1 de agosto de 1969. En las redacciones del Vallejo Times Herald, el San Francisco Chronicle y el San Francisco Examiner -diarios en los que se puede consultar profusa documentación sobre el caso- se reciben tres cartas prácticamente idénticas del asesino en cuestión. En ellas se arrogaba todos los crímenes cometidos. Además, cada carta contenía un tercio de un elaboradísimo criptograma de 360 caracteres y exigía a los periódicos que fuese publicado en primera plana o, de lo contrario, amenazaba con volver a matar. Indicaba también, en el colmo del narcisismo, que en ese código estaba su verdadero nombre y retaba a que fuera desencriptado.

criptograma
Uno de los sorprendentes criptogramas que solían acompañar a las cartas de Zodiaco.

Las misivas, tras los pertinentes debates de redacción, se publican. Los primeros intentos de vencer la compleja clave de Zodiaco fracasan al punto de que los técnicos de la Inteligencia Naval manifestaron que, en realidad, aquello era un galimatías y no había nada que descifrar. El jefe de la policía de Vallejo, temiendo que todo fuese obra de un bromista, pide públicamente al autor de los anónimos que ofrezca detalles a las autoridades que permitan decidir si es quien dice ser. Zodiaco es ya una estrella mediática de primera magnitud que ocupa portadas de periódicos y noticiarios en todo el país.

La respuesta al llamamiento llega al San Francisco Examiner el 4 de agosto. Esta segunda carta del Zodiaco contiene diversos detalles sobre los asesinatos que no habían trascendido a la opinión pública, por lo que no queda otro remedio que asumir que, en efecto, el autor de las cartas y el asesino son la misma persona.

Y el 8 de agosto, sorpresa: el matrimonio Harden –un par de voluntariosos y tenaces aficionados a la criptografía- consigue resolver la mayor parte del mensaje cifrado… Pero fracasan en lo relativo a los últimos 18 signos, aquellos en los que Zodiaco dice haber ocultado su nombre. Nunca han sido vencidos. De hecho, muchos expertos criptógrafos militares han calificado el código empleado por el Asesino del Zodiaco –que luego se iría complicando hasta hacerse virtualmente impenetrable- de auténtica “obra de arte”, lo cual denota una personalidad inteligente y en extremo metódica.

Las cartas de Zodiaco –más de veinte en ocho años y siempre escritas con rotulador- eran extraordinariamente singulares, laboriosas y jamás contenían huellas. Incluso el tipo de papel en el que estaban escritas se salía de los estándares habituales (era cortado así ex profeso por el propio autor) y llegaban franqueadas con el doble del valor necesario. Con un estilo de letra híbrido, extraño y difícil de catalogar que nunca se ha vuelto a ver más que en imitaciones. Con el tiempo, Robert Graysmith, un caricaturista del Chronicle que probablemente sea la persona ajena a la policía que más ha investigado y publicado sobre el caso a lo largo de los años, pudo establecer que aquella letra no podía ser identificada entre los miles de pruebas caligráficas que se hicieron a los sospechosos porque Zodiaco recurría a técnicas fotográficas, proyectivas y deformantes para elaborarla. Esto hace suponer que el tiempo dedicado a la confección de los textos –al que debe añadirse el empleado en la elaboración de los criptogramas- debía ser muy largo… Hacía falta, sin lugar a la duda, ser un individuo terriblemente obsesivo, metódico y paciente para no rendirse y seguir adelante con aquel juego macabro.

Los mensajes tampoco estaban, por cierto, exentos de humor negro e ironía macabra. Zodiaco, que demostraba con sus códigos y procedimientos ser un tipo de elevada cultura y amplia conciencia forense, jalonaba los textos con faltas de ortografía absurdas y tachones innecesarios. Errores que se saben forzados porque luego no volvía a repetirlos, incluso dentro del mismo mensaje. Y es interesante destacar un detalle que ha dado mucho que pensar tanto a legos como a expertos: utilizaba una gran cantidad de expresiones propias del inglés británico que en los Estados Unidos prácticamente no se emplean.

Así las cosas, cundirá el pánico en la Bay Area cuando el 27 de septiembre de 1969 dos estudiantes, Bryan Hartnell y Cecelia Shepard, sean atacados a orillas del lago Berryesa. Estaban tumbados en la orilla, a plena luz del día, cuando se les acercó un sujeto de singular aspecto ataviado con una capucha de verdugo negra y una especie de chaleco, también negro, al que había cosido el célebre símbolo reticular del Zodiaco, en blanco, a la altura del pecho. Unas gafas de sol cubrían los agujeros realizados para los ojos en la estrafalaria capucha cuadrangular. Llevaba botas militares con los pantalones por dentro e iba armado con una pistola y un cuchillo largo, tipo bayoneta, en una funda a la cintura junto con una cartuchera. Hablaba con calma, en tono monocorde y bajo, vocalizando bien. Hartnell creía que el hombre sólo les iba a atracar y decidió no hacer nada imaginando que bastaría con darle el poco dinero que llevaba encima. Pero no. El tipo, de complexión fuerte y bastante alto, exigió a los jóvenes que se tumben boca abajo y procedió a atarlos meticulosamente. A continuación tiró de cuchillo, los cosió a puñaladas y los abandonó a su suerte. Al llegar a la carretera, con rotulador permanente, escribe algo en la puerta del coche de los jóvenes: “Vallejo 12-20-68,7-4-69, Sept27-69-6:30 by knife” [sic.] y culminó el texto con el símbolo que le había hecho famoso.

Dibujo Graysmith
Así reconstruyó el dibujante Robert Graysmith el aspecto de Zodiaco cuando se presentó ante Bryan y Cecelia, a partir de la descripción realizada por el primero.

El problema es que no ha hecho el trabajo del todo porque sus víctimas están vivas. Cecelia, malherida, se las apaña para desatar a Brian y éste, como buenamente puede, se arrastra hasta la carretera en busca de una ayuda que consigue con cierta celeridad de la mano de una pareja de pescadores que se encontraban en otra parte del lago. Hartnell sobrevivió milagrosamente pero ella, a pesar de llegar al hospital con vida, moriría dos días después. A todo esto, a las 19:40 horas, Zodiaco ya había llamado a la oficina del Sheriff de Napa, desde un teléfono público, para denunciar el crimen que acababa de cometer. Tampoco esta vez hay pistas dignas de mención y el malestar de la opinión pública con las Autoridades se hace notar.

Días después, el 11 de octubre, en el centro de San Francisco, un sujeto aborda el taxi de la Yellow Cab que conduce Paul Stine. Paradójicamente, en ese momento el taxista acudía a otro aviso. El tipo le indica una dirección de Presidio Heights y se ponen en marcha. Al llegar al destino un transeúnte que pasea al perro cruza ante el coche -así lo atestiguó el peatón- y el pasajero pide a Stine que le lleve una manzana más adelante, hasta el cruce con la calle Cherry. Cuando el taxi se detiene el tipo se abalanza sobre él y le descerraja un único disparo en la cabeza. En lugar de marcharse, acto seguido, hace algo ciertamente extravagante: pasa al asiento delantero y manipula el cadáver de Stine. Luego, tranquilamente, se marcha caminando. Unos jóvenes que celebran una fiesta en la casa de enfrente –y proporcionarán luego datos precisos a las autoridades sobre el aspecto físico del asesino- lo han visto todo y llaman a la policía.

Ahora viene el error rocambolesco: los chicos indican a la persona que recoge el aviso que el asalto al taxista se está produciendo en ese mismo momento, y que el asaltante va vestido de negro. El receptor interpreta que se trata de un hombre negro y moviliza a las unidades cercanas bajo esta indicación confusa. Dos agentes que se encuentran en las inmediaciones acuden a la carrera y se topan con un hombre alto y fornido, con gafas de pasta oscura, vestido de negro, que camina en sentido contrario, a pocos metros del lugar del suceso. La calle resulta oscura a causa de los árboles que tapan las farolas. Le abordan. Es blanco. Le preguntan y él les indica que lo ha visto todo y que el hombre negro al que buscan corre en dirección contraria con un arma en la mano. La interacción dura en torno a medio minuto y el sujeto parece muy tranquilo. Lo que ambos ignoran es que acaban de hablar con el mismísimo Zodiaco… De hecho, las prisas, la pista errónea, la oscuridad de la calle y el color de la indumentaria de su interlocutor les han impedido darse cuenta de que está empapado de la sangre de Stine.

Cuando minutos después, en la central, descubren el error y se transmite la orden adecuadamente, ambos agentes empezaron a comprender lo que había sucedido pero ya era tarde: el criminal se había esfumado para siempre. De hecho, no será hasta días después del incidente que los dos agentes uniformados, Fouke y Zelms, se decidan a relatar el incidente a sus superiores. En el escenario del crimen tan sólo se encuentra una huella dactilar incompleta que nunca pudo ser identificada.

Es a raíz del asesinato del taxista que también entra en escena otro de los grandes protagonistas de esta historia, el detective de homicidios Dave Toschi. Un buen policía de carrera ascendente y hoja de servicios intachable que, con el paso de los años, se hará mundialmente famoso gracias al asunto del Zodiaco. Un caso que al final casi arruinó su vida y su trabajo, y que terminó convirtiéndose en su gran obsesión. O al menos, en algo tan personal como lo fue para el ya citado Robert Graysmith con quien entabló una sincera amistad. Una compulsión tan irresistible que, aún cuando los fondos para la investigación se cerraron años después, el equipo destinado a la caza del Zodiaco se desmanteló paulatinamente, e incluso él mismo fue trasladado, permanecería como el único policía que siguió tratando de resolver el enigma en su tiempo libre.

Junto a su compañero, Bill Armstrong, valiéndose del retrato robot ofrecido por los jóvenes de la fiesta, el testimonio de los dos agentes y la escasa información proporcionada por las cartas periódicas del Zodiaco, Dave Toschi investigaría durante los dos años siguientes a unos 2.500 sospechosos en el área de San Francisco. Nunca hubo resultados concluyentes. Lo cierto es que la investigación de esta serie de asesinatos debió resultar extremadamente frustrante pues Armstrong, en 1974, decidió pedir otro destino fuera de homicidios para alejarse por fin del caso. Sirva un detalle para imaginar la decepción que este jaleo pudo provocar en Armstrong: este caso sin resolver es en el que más dinero y recursos ha invertido la Policía de San Francisco a lo largo de su historia.

Tres días después del asesinato de Stine, el 14 de octubre, llegó al Chronicle otra carta de Zodiaco conteniendo un trozo de la camisa ensangrentada del taxista como prueba de autenticidad. En ella amenaza con fabricar una bomba y colocarla al paso de un autobús escolar. Estalla la alarma y, a partir de este momento, se produce una estrecha vigilancia de este tipo de transportes en toda el área metropolitana de San Francisco. Junto a la carta, a fin de probar que estaba en disposición de cumplir su amenaza, Zodiaco incluye varios gráficos y una lista de elementos con los que se podría construir una bomba casera como la descrita en el plano. Todo es puesto en manos de especialistas militares, quienes aseguran que, en efecto, el tal Zodiaco sabe lo que se hace y que un aparato como el sugerido se podría montar de forma casera y funcionar.

El 8 y el 9 de noviembre llegan nuevas cartas. La primera de ellas contiene otro criptograma de 340 caracteres que, tras muchos intentos, sólo sería decodificado con éxito unos catorce años después, tras las profusas investigaciones de Robert Graysmith, quien llegó a incluso a determinar que buena parte de los símbolos utilizados por Zodiaco en sus criptogramas procedían -entre otros- de los tratados astrológicos de Alan Oken, muy populares durante la década de 1970 en los Estados Unidos. Hasta que esto sucedió, no pocos expertos habían asegurado a lo largo de la década precedente que aquel criptograma no tenía sentido y era un bromazo más del asesino. La segunda carta contenía un relato de la conversación que el asesino había mantenido con los agentes de policía durante la noche del asesinato de Paul Stine y, por supuesto, un alegato irónico sobre la incompetencia de la policía de San Francisco.

Pasa el tiempo sin más noticias hasta la noche del 22 de marzo de 1970. Zodiaco vuelve a actuar, en este caso sobre la persona de Kathleen Johns, una joven madre embarazada de siete meses que viaja cerca de Modesto, por la carretera 132, acompañada de su hija de diez meses. Un coche se aproxima tocando el claxon y haciendo señales luminosas con reiteración. Finalmente, la mujer se detiene en el arcén. Del otro coche baja un hombre fornido, con gafas, vestido de negro, que le indica que una de las ruedas traseras está prácticamente suelta se ofrece a apretarle las tuercas. Ella accede. Luego reemprenden la marcha, pero Kathleen, no muy convencida, deja que él salga primero. A los pocos metros la rueda problemática se suelta de verdad. El tipo vuelve a detenerse, esta vez delante de ella y, tras indicarle que el problema es más grave de lo que había imaginado, se ofrece a acercarla a una gasolinera próxima. En efecto, la gasolinera está cercana y Kathleen decide, irracionalmente, recoger a la niña y subir al coche del desconocido. Le llama la atención el desorden que reina en el interior del vehículo, pero eso es irrelevante frente a lo que ignora: va a pasar por una experiencia tan aterradora como surrealista.

El «buen samaritano» se salta el desvío de la gasolinera. Ella calla. Él conduce. Pasa el tiempo, se suceden las gasolineras. Muchas a lo largo de las tres horas siguientes que discurren dando vueltas y más vueltas sin sentido. Algo raro debe pasar por la mente del tipo –alguna clase de extraño debate interno- porque ha tardado mucho en tomar una decisión que, simplemente, se limita a anunciarle con toda sencillez al indicar a la mujer que la va a asesinar. Aprovechando, sin embargo, que se ve obligado a detener el vehículo en un cruce, Kathleen salta afuera con la niña en brazos y se oculta en el campo adyacente. El conductor sale en su busca pero la inesperada llegada de un camionero le pone en fuga. Algo después, ella pondrá la pertinente denuncia en la Comisaría del Condado de Patterson… No le hizo falta más que ver el retrato robot del criminal más buscado del momento para darse cuenta de que había estado en manos del Asesino del Zodiaco.

No obstante, y hay que reseñarlo, algo no concuerda en la historia de Kathleen Johns: dio con posterioridad versiones diferentes –e incluso encontradas- de aspectos relevantes de esta peripecia que han hecho a muchos investigadores dudar de su autenticidad, lo cual explicaría, por cierto, lo conveniente que le resultó el secuestro de Zodiaco por otros motivos personales que no vienen al caso. Por otra parte, contrasta la furia homicida y decidida con la que el asesino se comportó en sus anteriores crímenes con el comportamiento dubitativo del captor, tal y como fue descrito por la mujer. Quizá nunca fue secuestrada. Quizá su secuestrador nunca fue Zodiaco.

En todo caso, las cosas vuelven a cambiar a lo largo de 1970 pues Zodiaco sigue enviando cartas, pero ahora adopta un tono más irónico, cómico e incluso mesiánico, llegando incluso a parafrasear canciones de un célebre espectáculo musical. Además, indica que ya ha dado suficientes pistas y que la incompetencia policial le exaspera, de suerte que ya no va a atribuirse más crímenes en concreto aunque seguirá matando. A partir de ese momento su víctima podrá ser cualquiera que aparezca en circunstancias no esclarecidas. En efecto, desde ahora, a medida que las cartas llegan, el asesino sigue sumándose tantos sin que la policía sepa ya exactamente si tales asesinatos se han cometido realmente y cuáles de los casos sin culpables que han tenido lugar en el área de San Francisco podrían ser obra suya. Cualquier desaparecido o asesinado de cuyo caso no pueda darse razón podría ser una víctima más del Zodiaco. O no. Esto sume a la policía en más complicaciones y en un completo caos de teorías.

Otro actor involuntario de esta extraña historia fue Paul Avery, reportero del San Francisco Chronicle encargado de seguir las informaciones sobre el caso Zodiaco. El protagonismo de Avery llegaría en octubre de 1970 cuando recibe una postal navideña del asesino, amenazadora, que fue debidamente autentificada. El periodista no la tomó en serio aunque por decisión policial se le autorizó a ir armado, idea que desechó con el tiempo. Como él mismo señaló a su compañero Graysmith, no quería disparar involuntariamente sobre un inocente en mitad de un ataque de paranoia. Pese a todo, poco después recibe una carta anónima que le invita a escarbar en un antiguo asesinato no clarificado que se cometió en Riverside -cerca de Los Ángeles- en 1966. Su interlocutor le indica que, por sus características, bien pudiera ser también obra del Asesino del Zodiaco.

La chica asesinada entonces, Cheri Jo Bates, fue muerta a las 22:30 horas de la noche del 30 de octubre de 1966 en el aparcamiento de la biblioteca del campus universitario. El cadáver se descubriría a la mañana siguiente. Su vehículo, un Volkswagen, había sido previamente inutilizado por el asesino. Los investigadores descubrieron un poema grabado en uno de los pupitres de la biblioteca cuya letra podría atribuirse a Zodiaco, pues guardaba similitudes. La misma letra de una carta que recibió la policía tres un mes después de este crimen y que su autor titulaba como “La Confesión”. Idéntica letra a la de la carta que el compungido padre de Cheri Jo recibiría en su domicilio seis meses después del crimen y en la que un anónimo que firmaba como «Z» aseguraba que la chica tenía que morir, y que no sería la última… El 13 de marzo de 1971 Zodiaco envió una carta a Los Angeles Times en el que se reconocía autor del crimen en cuestión, ninguneaba la decidida actuación de Avery y otorgaba todo el mérito del descubrimiento a la policía. Pese a todo, la conexión es incierta y nunca se ha podido establecer que el asesino de la chica y Zodiaco fuesen la misma persona, por lo que se sospecha que el criminal simplemente se atribuyó este crimen a posteriori.

Las cartas de Zodiaco, anotándose en cada ocasión un conteo de víctimas más elevado, siguieron llegando a lo largo de los años siguientes, si bien cada vez con mayor espacio de tiempo entre ellas, con cuentagotas, hasta que en el 24 de abril de 1978 se presentó la última. La autoría de esta misiva sigue en discusión y si bien la mayoría de los analistas creen que es de Zodiaco, no pocos han atribuido al propio Dave Toschi. No en vano, su nombre aparece en la misiva. Además, el propio Toschi, abierta la pertinente investigación, admitió haber enviado una carta anónima a la prensa –firmada por “un fan”- dándose bombo en un absurdo movimiento para incrementar una fama que ya no necesitaba, aunque negó en redondo la autoría de la supuesta carta de Zodiaco, y probablemente no mintiera en este extremo. La tontería del dichoso fan casi hunde la carrera policial intachable del detective Toschi que, no obstante, salió airoso del este trance en lo profesional aunque su buen nombre ya nunca ha dejado de estar en entredicho a causa de un estúpido arrebato de megalomanía.

La cuestión, claro está, es la de quién podría ser el Asesino del Zodiaco y a cuanta gente llegó a asesinar realmente. Y la discusión está muy abierta. Hay autores que asumen que pudo liquidar a cincuenta o más personas a lo largo de los años, entretanto otros entienden que sólo mató realmente a las personas cuyos crímenes se atribuyó en un primer momento, adjudicándose falsamente el resto. Nunca se sabrá realmente. Tampoco su nombre. Y se han barajado varios sospechosos con elementos circunstanciales que podrían incriminarles, siendo el más célebre el ya fallecido en 1992 Arthur Leigh Allen. Y la verdad es que encajaba.

Arthur Leigh Allen
Arthur Leigh Allen

El problema es que Allen fue investigado seriamente en varias ocasiones a partir de 1971 y nunca pudo determinarse que tuviese algo que ver con los crímenes o con las cartas. Ni una sola evidencia incontestable que permitiese montar una acusación contra su persona. Incluso venció a la prueba del ADN pues el suyo no concordaba con el que finalmente pudo extraerse de alguna de las misivas. Robert Graysmith, por su parte, siempre estuvo convencido de que Allen era el hombre, con ADN o sin él. Pero esto no puede considerarse más que una especulación. Otra de tantas.

La última y más reciente apuesta (2014), la proporciona Gary L. Stewart, quien ha publicado un sorprendente y ciertamente interesante libro en el que inculpa a su propio padre biológico, Earl Van Best Jr., al que nunca conoció, de ser Zodiaco. Parece que Stewart comenzó a indagar en esta parte oscura de su pasado de suerte que, a medida que recopilaba información, llegó a la conclusión de que su padre -que falleció en México sin que nadie le investigara jamás por los crímenes del Zodiaco-, encajaba en la película de los hechos y en el perfil del criminal… Por no hablar del notable parecido entre Van Best y el retrato-robot que, por cierto, bien pudiera ser meramente incidental.

Un detalle para tomar el texto, al menos, en consideración en este caso: el propio Dave Toschi avala la teoría de Stewart y da el caso por finalmente resuelto. ¿Será verdad o simple deseo de pasar página?

Earl Van Best, el último candidato para ocupar el espacio de uno de los asesinos seriales más célebres de todos los tiempos. La historia de Gary L. Stewart también hace algunas aguas y salva con dificultad algunos problemas... Pero no es menos cierto que encaja en muchos puntos centrales del caso.
Earl Van Best, el último candidato para ocupar el espacio de uno de los asesinos seriales más célebres de todos los tiempos. La historia de Gary L. Stewart también hace algunas aguas y salva con dificultad algunos problemas… Pero no es menos cierto que encaja en muchos puntos centrales del caso.

Post scriptum

Me llega un correo en el que se me pregunta algo ciertamente interesante en torno a la figura de Arthur Leigh Allen: ¿por qué no ha sido exonerado y sigue contando entre los sospechosos centrales si la prueba de ADN resultó negativa?

La respuesta es sencilla: La identificación por huella genética era algo quimérico durante la década de 1970. El método fue descubierto en la Universidad de Leicester (Gran Bretaña) por el doctor Sir Alec Jeffreys, quien realizó las primeras publicaciones al respecto en 1984. Ciertamente, a finales de los setenta ya había motivos para suponer que una técnica como la de identificación por el ADN estaba próxima, y ello motivó a muchas policías del mundo -la estadounidense entre ellas- a conservar muestras de sangre, semen o cabellos con vistas a futuro. Ello permitió resolver muchos casos retrospectivamente (y para exonerar a algún inocente condenado injustamente, dicho sea de paso), pero extraer trazas de ADN del papel es un asunto bien diferente y requiere del desarrollo de otros protocolos complementarios.

Por todo ello, Leigh Allen no puede -ni podrá- ser oficialmente exonerado de sospecha. La fecha de las cartas hizo que nadie tomara precauciones con respecto a la existencia de posibles rastros de de ADN en ellas (el asunto ni se planteaba, de hecho), y dado que presumiblemente fueron manipuladas por muchas personas sin las adecuadas precauciones, las trazas de ADN rescatadas del papel décadas después, bien podrían pertenecer a cualquiera que entrase en contacto con la correspondencia de Zodiaco.