El indignado ciudadano Géricault

Fragata Medusa #2
La fragata Meduse, en un grabado de la época.

En junio de 1816 la fragata francesa Meduse, que no solo estaba recién botada, sino que también se consideraba como uno de los navíos más rápidos y eficientes de la flota francesa, partió del puerto de Rochefort (Charente Maritimo) con destino a Senegal formando parte de un convoy de cuatro embarcaciones. La capitaneaba el vizconde Hugues Du Roy de Chaumereys, marino de clara trayectoria monárquica, desafecto a la causa napoleónica y con escasa experiencia naval, pues había navegado muy poco a lo largo de 20 años. Pero contaba con grandes apoyos políticos ganados a golpe de bailes, veladas en lujosos salones aristocráticos y trajines de despacho que le habían propiciado finalmente el cargo. Dada, por tanto, la no reconocida pero palmaria falta de experiencia marítima del capitán, la responsabilidad de la navegación recaía sobre el navegante: un tal Richefort que, según narran las crónicas, no hacía mucho tiempo que había salido de una prisión londinense.

La misión era importante: retomar el control de la colonia de Senegal, que le había sido devuelta a Francia tras la Paz de París de 1815, resultado de la derrota de Napoleón en Waterloo. Precisamente por ello, los dos pasajeros preeminentes de la Meduse eran el designado como nuevo gobernador del territorio, Julien Désiré Schmaltz y su esposa Reine. Pero había más aparte de la marinería: un batallón entero de infantería destinado al protocolo y todo el personal administrativo de la que sería nueva delegación del gobierno francés en Senegal.

Arsenal Rochefort 1690
El arsenal del puerto de Rochefort en un grabado de 1690.

Tras recalar en Tenerife para aprovisionarse, apremiado por Schmaltz, y en su obsesión por dar cumplimiento a la misión cuanto antes para satisfacer a sus benefactores, el capitán soltó todo el trapo y se adelantó al resto del convoy, pero a causa de la velocidad –a la que deben sumarse los malos consejos de su navegante y el hecho de desoír sistemáticamente las advertencias de sus oficiales- cometió un error de navegación que le desvió de su curso unos 100 kilómetros. Realizó entonces, ya cercano a las costas africanas, la pertinente corrección de rumbo, pero fue peor el remedio que la enfermedad pues Chaumereys se adentró conscientemente en la Bahía de Arguín (Mauritania) donde, a causa de su palmaria inexperiencia e ignorando el hecho de que la profundidad disminuía de suerte dramática en torno a la nave, siguió desplegando todo el velamen con lo que la Meduse encalló finalmente en un banco de arena. De nada sirvieron las advertencias al respecto del alférez Maudet, quien sumido en la desesperación había avisado del riesgo a Chaumereys en reiteradas ocasiones.

Se pensó que con la ayuda de la marea, y aligerando el barco, sería posible desencallar y los tripulantes trataron de liberarlo durante casi tres días. No obstante, el 5 de julio, se dieron por vencidos. Al parecer, cuando la nave lograba flotar de nuevo, el Poniente constante de la costa africana metía de nuevo a la Meduse en el banco de arena certificando así el hecho de que no habría forma de salir de la trampa. En aquel momento, y tras una fugaz chispa de esperanza, ya había cundido el pánico a bordo sin que el capitán, en una enésima muestra de falta de experiencia, fuera capaz de elevar la moral y controlar los ánimos exaltados. No era para menos. La nave comenzaba a inclinarse peligrosamente pese a que se recogió todo el velamen y el agua empezaba a inundar parte de la cubierta. De hecho, la fuerza del oleaje hizo que se perdiera el timón.

Dado que se encontraban a tan solo 60 kilómetros de la costa Mauritana Chaumareys, presionado por el gobernador Schmaltz, decidió tomar la medida extrema de abandonar el barco para dirigirse a la costa mediante los botes. El problema es que en ellos solo había espacio para 250 personas. Y Chaumareys, reunido en secreto con el gobernador Schmaltz y la oficialidad de la fragata, decidió unilateralmente quiénes serán los privilegiados que ocuparían un lugar en los botes, la mayor parte de los cuales, por supuesto, serían sus amigos, conocidos y benefactores. Así, en silencio y entre las protestas airadas y los insultos de los que tendrían que buscarse la vida, el capitán y los elegidos ocuparon sus puestos en los botes salvavidas. Por supuesto, en un gesto que refrenda su extrema cobardía, Chaumereys no solo no reconocería jamás estos sucesos, sino que además culpó a la propia tripulación del barco del desastre, llegando a insinuar incluso una vergonzosa acusación de piratería. Cabe reseñar que ni tan siquiera los botes eran del todo seguros pues, chapuza sobre chapuza, varios de ellos estaban aún sin calafatear dada la reciente fabricación de la fragata.

Fragata Medusa #1
El abandono de la Meduse en un grabado extraído de la obra clásica de Farrere (1954).

La solución que se ideó para vencer la desgraciada contingencia de los abandonados fue una completa chapuza irreflexiva, pues a fin de transportar a las 146 personas restantes –la mayoría soldados capitaneados por un tal Dupont, aunque también había una mujer entre ellas-, se construyó aprisa y corriendo, reuniendo tablones de aquí, mástiles de allá, y traviesas de acullá, una balsa precaria de 20 metros de largo por 7 de ancho que se hundió parcialmente al recibir la carga. De hecho, los más cautos, apenas un puñado de marineros, optaron en ese mismo instante por no embarcar en la balsa y permanecer en el barco encallado esperando un futurible rescate que nadie sabía cuándo se produciría si es que llegaba a producirse, pero cuya perspectiva se antojaba preferible a enfrentarse a la mar picada hacinado en aquel simulacro de embarcación.

Encallamiento Medusa
Lugar en el que encalló la Meduse.

La idea original del capitán Chaumareys era que la frágil balsa sería en principio remolcada por los botes para cubrir una travesía que no sería demasiado larga… Pero la cosa no sería tan fácil. A los pocos kilómetros de navegación quedó claro que la balsa era ingobernable desde los botes a causa de la mar embravecida y se tomó la terrible decisión: se soltaron las amarras sin mayor explicación y tanto la dudosa almadía como sus tripulantes quedaron abandonados a su suerte. Como vemos, las víctimas de la cobarde incompetencia de Chaumereys son, además, traicionadas. Y advirtieron bien pronto que las posibilidades de supervivencia serían muy escasas, por lo que el ambiente entre los náufragos se degradó muy rápidamente.

Dibujo de la Balsa
Dibujo de la balsa realizado en la época de los acontecimientos.
Reproducción Balsa Museo Marina Rochefort
Reproducción de la balsa tal y como puede verse en el Museo Naval de Rochefort.

La gran acumulación de personas sobre la balsa había motivado que apenas hubiera provisiones de comida -un paquete de galletas que se consumió el primer día- o bebida. Solo se disponía de dos contenedores de agua que se perdieron durante las primeras disputas y cinco barriles de vino que no podrían ni remotamente abastecer de líquidos a tanta gente. Era lógica tal imprevisión. Sobre el papel –y ya se sabe que el papel lo aguanta todo- se había calculado una travesía corta que sería cubierta con la ayuda de los botes en un par de jornadas a lo sumo, y nadie había pensado en la eventualidad de una navegación más larga o en, simplemente, la posibilidad de ser abandonados en el Océano Atlántico.

Lo cierto es que el hacinamiento y las disputas hicieron el resto, de modo solo durante la primera noche al menos veinte personas se suicidaron o fueron asesinadas. La lucha por sobrevivir había sido terrible pues el oleaje era espantoso y todos tenían claro que la única forma de superar el desastre era mantenerse en el centro de la balsa, de modo que la pugna permanente por conseguir las mejores posiciones había hecho el resto. Los más débiles o quienes simplemente desfallecían, eran lanzados por la borda sin miramiento alguno a fin de preservar el preciado vino. Con el paso de los días, finalmente, se degeneró en el canibalismo, cosa bastante habitual entre los náufragos de aquellos días en los que las posibilidades de ser encontrado en alta mar eran bastante escasas, lo cual motivaba largas –y a menudo infructuosas- derivas y tremendas necesidades supervivenciales.

El hecho es que trece días de infierno después, el 17 de julio de 1816, la balsa fue avistada por el bergantín Argus, nave que formaba parte del convoy original que partió de Rochefort, y finalmente rescatada. El hallazgo fue casual, pues nadie había dado orden de buscar a los abandonados de la Medusa. Antes al contrario, el Argus, cuyo capitán nada sabía de las vergonzantes decisiones de Chaumereys, se topó con la balsa cuando retornaba hacia el lugar del naufragio en busca de los 90.000 francos en oro y los cañones que la fragata encallada transportaba en sus bodegas. Estaba claro que el infausto capitán Chaumereys –y probablemente Schmaltz aunque no se probó- había decidido echar tierra al asunto en la esperanza de que nadie encontrara con vida a los desgraciados de la balsa. Pero quiso el azar que se los encontrara. Y qué visión: la balsa estaba repleta de muertos o moribundos enloquecidos y ebrios –recuérdese que lo único que se podía beber era vino- que se habían comido hasta los sombreros, los uniformes y los correajes de cuero. Incontables restos de carne humana se secaban por doquier para ser luego consumidos. Tras la desesperación, el hambre, la sed, las peleas y los suicidios, solo había 15 supervivientes –que se habían bebido incluso su orina- de entre los 146 tripulantes del comienzo. Pese a los cuidados que se procuraron a bordo del Argus a los así rescatados, cinco más de ellos morirían a poco de desembarcar en el que se pretendía en un principio como destino final de aquella trágica travesía: Saint-Louis (Senegal).

Lo más irónico del desastre es que los pocos tripulantes que optaron en su momento por permanecer en la zozobrante Meduse azotada por el oleaje serían encontrados con vida, y en buen estado de salud, cuando se localizó finalmente la fragata nada menos que 54 días después del encallamiento. Sorprendentemente, e insistimos en ello, de Chaumereys no fue en busca del barco para rescatar la nave o tratar de salvar al resto de sus tripulantes, sino por orden del gobernador Schmaltz a fin de recuperar el oro que había depositado en sus bodegas, y que necesitaba con urgencia para financiar los gastos de su delegación.

Le Naufrage de la Meduse


La vergüenza

Cuando el evento llegó a la opinión pública francesa, se convirtió en una vergüenza nacional. Y llegó porque a menudo la verdad es tan terrible que no puede ocultarse, pues el gobierno francés –cobardía sobre cobardía- hizo todo lo posible por echar tierra sobre el desastre de la Meduse lo cual, cuando se supo, aún indignó más al pueblo. El cirujano militar Henry Savigny y el cartógrafo Alexandre Correárd, dos de los supervivientes de la tragedia de la balsa, fueron los autores del primer reportaje sobre el tema que vio la luz y puso en conocimiento de toda Francia los graves hechos. No podían callarse. Y no podían hacerlo porque el gobierno de la Restauración Borbónica –reinaba entonces Luis XVIII-, en su mezquindad y con la finalidad de ahorrarse las pertinentes indemnizaciones, quiso silenciar a todos los denunciantes expulsándolos del servicio, multándolos o bien encarcelándolos para que no pudieran realizar declaraciones públicas sobre la cuestión. Se había decretado que la tragedia de la Meduse debía quedar sepultada bajo las olas africanas ya fuera por lo civil, o por lo criminal.

Correard y Savigny Libro
Segunda edición del relato del naufragio de la Meduse compuesto por Savigny y Corréard.

Finalmente, el escándalo resultó imparable y hubo de buscarse el pertinente cabeza de turco. El capitán Chaumereys, encausado por el testimonio decidido de los pocos supervivientes, sería acusado del abandono del barco, de haberse desentendido de la balsa, así como de incompetencia. Tras un consejo de guerra se le condenó a la degradación, así como a la irrisoria pena de tres años de prisión que al menos cumplió íntegramente. Terminaría falleciendo años después en el más completo ostracismo, pues nunca fue rehabilitado pese a que lo exigió con denuedo, en su residencia del Château de Lachenaud.

También el gobernador Schmaltz –coronel en la excedencia y con una larga carrera militar para más señas- fue acusado por instigador del desastre y por no haber hecho lo que le correspondía como persona de su posición política, pero en su caso los efectos de la denuncia fueron mucho más livianos por cuanto se le consideró también víctima de las malas decisiones de Chaumereys. Continuó como gobernador de Senegal hasta 1820 para fallecer posteriormente, en 1827, ocupando el cargo de Cónsul General de Francia en Turquía.

La indignación de Géricault

Theodore Gericault
Th. Géricault (1791-1824), en un grabado de Alexandre Colin (1818).

Théodore Géricault, por aquellos días, era un joven y ambicioso pintor que quedó profundamente impresionado –e indignado, como muchos de sus compatriotas- por la peripecia de la Medusa. Así, en tanto que empezaba a obtener cierto reconocimiento público y dado que buscaba un tema llamativo y polémico con el que impulsar su carrera, decidió tratar el épico naufragio en un cuadro de gran formato (716 cm x 491 cm o 35,15 m2) que nadie le había encargado.

La tarea de investigación le llevó casi un año. Estudió a fondo la historia, se entrevistó personalmente y en varias ocasiones con Savigny y Correárd, construyó una reproducción de la balsa, visitó hospitales y depósitos de cadáveres para estudiar de primera mano la textura y color de los agonizantes y de los muertos, elaboró cientos de bocetos preparatorios, estudió todos los grabados existentes que describían la nave hundida… En alguno de sus bocetos pueden observarse escenas de canibalismo que, finalmente, Géricault decidió no incluir en la composición final de su obra en la medida que excedían con mucho los estándares de “buen gusto” asimilables por el público de la época.

Balsa Medusa - Boceto
Uno de los muchos bocetos de Géricault dibujo durante la fase preparatoria de la obra.

Tras diez meses de preparación y alquilar un estudio especial en el que poder desplegar un bastidor de las enormes dimensiones requeridas, Géricault concluyó la obra trabajando en intensas jornadas de diez horas que se prolongaron durante ocho meses. Según cuentan los pocos elegidos que tuvieron el privilegio de entrar en aquel estudio durante aquellos días, el pintor llegó a obsesionarse a tal punto con su creación que incluso se olvidaba de comer. Así lo testimonian su discípulo, Luis Alexis Jamar, su amigo y confidente Dedreux-Dory, el pintor Robert-Fleury, y un muchacho que por aquellos días se iniciaba en la profesión artística y para quien el trabajo de Géricault resultaría enormemente inspirador y modélico: Eugene Delacroix.

La Balsa de la Medusa
La balsa de la Medusa

El cuadro es asimétrico y desordenado de manera intencionada, cosa poco común en las composiciones pictóricas de comienzos del siglo XIX, pues buscaba confrontar con el espectador, hacerle sentirse incómodo y obligarle a tomar partido. No obstante, se estructura en la forma de dos pirámides que se sostienen sobre la base inestable del mar. Dado que la pintura “se lee” en Occidente de izquierda a derecha, Géricault decidió contar la historia de este modo: desde la muerte y la desesperación de los que “se rinden” a la esperanza y la lucha por sobrevivir de quienes avistan el barco rescatador. Éste último se sugiere como un punto en el horizonte entretanto la vela de la balsa es empujada por el viento en la dirección contraria, lejos de la salvación y hacia la muerte, hecho que realza el extraordinario patetismo de un cuadro en el que Géricault insertó, a título de homenaje, sendos retratos de Savigny (quien aparece en el centro del cuadro, apoyado sobre el frágil mástil de la balsa) y Corréard (que toma del brazo a Savigny para informarle del avistamiento del Argus). También el de otro superviviente llamado Lavalette. Lo cierto es que todos los personajes del cuadro son retratos de personas que acompañaron a Géricault a lo largo del proceso de composición de la obra: Delacroix se nos presenta como el hombre desesperado que sostiene el cuerpo del cadáver en el primer plano[1]. También contribuyeron con sus posados otros amigos cercanos como el oficial Dastier, Cadamar (una modelo profesional), Martigny, o Theodore Lebrun.

Pero La balsa de la Medusa es más que una obra de protesta, una excelente creación artística o un cuadro polémico. Se trata de una profunda investigación sobre la naturaleza humana en la que su autor, de suerte magistral, logra penetrar en la psicología interna de los personajes y en el modo que las personas, en tanto que diferentes, afrontan de la adversidad de muy dispares maneras. Probablemente en ese reconocimiento que el espectador hace de sí mismo, en el modo como nos proyectamos en las diferentes expresiones psíquicas de los protagonistas de la obra, resida precisamente el magnetismo que ejerce sobre todo aquel que la contempla por primera vez.

La Balsa de la Medusa Analisis

Lo cierto es que cuando el cuadro fue presentado al público, recibió un trato desigual y a todas luces injusto. Era demasiado avanzado para su tiempo. Para empezar, la idea romántica del arte como denuncia que hoy nos es tan próxima, en aquellos días no solo era extraña, sino también improcedente, por cuanto se consideraba al arte como mera expresión de la belleza que poco o nada tenía que decir sobre cuestiones políticas o sociales. En segundo lugar, su descarnada emocionalidad y su avanzadísima falta de respeto por las convenciones artísticas del neoclasicismo –como los principios de la perspectiva, o la composición escénica- motivaba que muchos espectadores lo consideraran “desagradable”, de “mal gusto” e incluso técnicamente estrambótico. Luego, ocurría que Géricault convertía en figuras de primer orden a personas anónimas, desconocidas, de la masa, lo cual terminaba por resultar extravagante e improcedente para la alta sociedad francesa de la época, precisamente la interesada por las expresiones artísticas, por mucha liberté, egalité y fraternité que se pretendiera vender en los discursos políticos… Como contrapartida, buena parte de la prensa sí supo entender las pretensiones últimas del pintor o simplemente quiso aprovechar la ocasión para remover conciencias y, pretextando la exposición pública del cuadro en 1819, desempolvó la tragedia la Meduse para alimentar la caldera de la protesta ante los desmanes del poder y el mal gobierno.

Delacroix - Medusa
Eugene Delacroix, entonces con 21 años, retratado por Géricault como uno de los personajes principales de su escena.

Se dice que Géricault vivió con grave indignación la incomprensión que suscitó su obra maestra, a tal punto que incluso valoró la idea de abandonar la pintura. Difícil es saberlo con certeza pues, lamentablemente, murió poco después, con tan solo 32 años. No obstante, tras su muerte el cuadro fue inmediatamente adquirido por el Museo del Louvre, cuyos conservadores supieron elevarse sobre la mediocridad para entender que estaban realmente ante algo tan nuevo como simplemente magnífico. En la actualidad, La balsa de la Medusa es reconocida como una de las obras fundadoras del romanticismo pictórico, a tal punto que su influencia puede observarse con claridad en artistas de la talla del ya mencionado Delacroix, Courbet  e incluso Turner.

Balsa de la Medusa - Pogues
El cuadro de Géricault ha alcanzado el rango de icono de la cultura popular, siendo objeto de infinidad de adaptaciones y readaptaciones para múltiples fines y formatos. En este caso, inspiró la portada del disco Rum, Sodomy and the Lash (1985), del grupo irlandés The Pogues.

Otras fuentes:

Berger, K. (1955). Géricault and His Work. Lawrence: University of Kansas Press.

Dossier de National Geographic España sobre el naufragio de la Medusa.

Farrére, C. (1954). Histoire de la Marine Française. Paris, France: Flammarion.

Noriega, J. (2014). «La maldición de la Medusa. El naufragio más terrible de Francia [Espejo de navegantes. Blog de arqueología naval http://abcblogs.abc.es/espejo-de-navegantes/2014/04/26/la-maldicion-de-la-medusa-el-naufragio-mas-terrible-de-la-francia/].


[1] En correspondencia, Delacroix incluiría muchos años después un retrato de Géricault entre los personajes que pueblan su Barca de Dante (1854).